Los predicadores de la prosperidad con frecuencia
citan promesas del Antiguo Testamento y de la Ley de Moisés (como los que se
encuentran en Deuteronomio 28).
Pero se necesita recordar que a pesar de cuan
próspero o rico fue un santo en el Antiguo Pacto, no es igual con cada creyente
bajo el Nuevo Pacto.
Es peligroso tomar una escritura fuera de contexto. Las
bendiciones y las maldiciones de la Ley no se aplican en la misma forma a los
creyentes bajo el Nuevo Pacto.
No podemos mezclar el Antiguo Pacto con el
Nuevo, el vino viejo con el vino nuevo (Mateo 9:17). El Nuevo Testamento nos
dice que ya no estamos bajo la Ley (Gálatas 3:10, 4:21). Nos enseña que hemos
“muerto a la Ley” (Romanos 7:4) y que la Ley “perece” (2 Corintios 3:11).
También deja en claro que el Antiguo Pacto es viejo, se envejece y “está
próximo a desaparecer” (Hebreos 8:13). Es contra la enseñanza de la Palabra de
Dios, contra el Nuevo Pacto, bajo cual actualmente vivimos, el escoger
bendiciones y maldiciones del Antiguo Pacto y aplicarlas a los creyentes en
Cristo bajo el Nuevo.
Ya no estamos bajo el Antiguo Pacto, y nada de ello se
vincula con el creyente en Jesús del Nuevo Pacto que es justificado libremente
por la gracia (Romanos 3:24)
Esto no significa que la Ley no es importante, porque es todavía la Palabra de Dios, que permanece para siempre (1 Pedro 1:25), y tiene muchas practicas aplicaciones, sombras de las cosas venideras (Hebreos 10:1), e instrucciones para nuestro aprendizaje (1 Corintios 14:34). Y no significa que podemos vivir en libertinaje porque no estamos bajo la Ley. Al contrario, vivimos en libertad sobre el señorío del pecado a causa de que no estamos bajo la Ley (Rom.6:14).
Esto no significa que la Ley no es importante, porque es todavía la Palabra de Dios, que permanece para siempre (1 Pedro 1:25), y tiene muchas practicas aplicaciones, sombras de las cosas venideras (Hebreos 10:1), e instrucciones para nuestro aprendizaje (1 Corintios 14:34). Y no significa que podemos vivir en libertinaje porque no estamos bajo la Ley. Al contrario, vivimos en libertad sobre el señorío del pecado a causa de que no estamos bajo la Ley (Rom.6:14).
El corazón de Dios se encuentra en la Antigua Ley, la cual
los creyentes en el Señor Jesús cumplen en su verdadero significado espiritual
y propósito de la Ley que consiste en amar a Dios y a los demás, y en ese
sentido la Ley es cumplida por los que creen en Cristo (Romanos 13:10).
Sin
embargo, no podemos tomar promesas abstractas de prosperidad terrenal de la Ley
y aplicarlas en la misma forma a creyentes en el Nuevo Pacto, porque si vamos a
tomar algunas partes de la Ley entonces tenemos que tomarla toda y rendir
perfecta obediencia a ella (Gálatas 3:10)
No podemos tomar las cosas de la Ley que nos gusten e ignorar las que no nos gusten. Pero esto es exactamente lo que los predicadores de prosperidad hacen. Ellos toman promesas de prosperidad terrenal para Israel en el Antiguo Pacto y los tuercen para que parezcan ser promesas para la Iglesia en el Nuevo Pacto, pero ignoran todas las otras cosas escritas en la Ley y todos los requisitos de obediencia perfecta y absoluta.
EL NUEVO PACTO NO PROMETE PROSPERIDAD TERRENAL A TODOS
En el Nuevo Pacto, no existe ninguna promesa que se aplique a cada individuo en la iglesia prometiéndoles prosperidad económica y terrenal. El Nuevo Pacto no contiene promesas para aumentar económicamente a cada creyente y hacerles materialmente prósperos con una abundancia de dinero o valor material.
Jesús dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y
todas estas cosas os serán añadidas” pero, en el contexto, él explicó que son
“estas cosas” que Dios añadirá a nosotros— “alimento” y “vestido” ( Mateo
6:25-33).
Dios promete suplir todo lo que nos “falta” según sus riquezas en
gloria, y no lo que “queremos” o “deseamos” (Filipenses 4:19). Jesús tenía
nuestras necesidades básicas en mente cuando prometió que Dios nos proveerá.
El torcer esto y convertirlo en una promesa para la prosperidad económica es, para hablar claramente, adulterar la Palabra de Dios.
si Dios quiere que seamos materialmente ricos, entonces ¿por qué los
otros Apóstoles vivieron estilos de vida tan pobres y humildes, como la
historia de la Iglesia lo documenta? Aún en el libro de Hechos el Apóstol Pedro
dijo al pobre mendigo: “No tengo plata ni oro” (Hechos 3:6). De toda la gente,
los Apóstoles de Jesucristo estaban en la perfecta voluntad de Dios— ¿entonces
por qué no se enriquecieron si Dios lo había prometido? ¿Estaban viviendo vidas
derrotadas fuera de la voluntad de Dios porque vivían en pobreza? ¿Quién se
atreverá decir tal cosa? Sin embargo, esto es exactamente lo que estos
predicadores de prosperidad están diciendo, no directamente, pero lo hacen al
decir que es la voluntad de Dios que todos los creyentes sean económicamente
prósperos. ¡Esto significa que si alguien no está prosperando económicamente,
no está en la perfecta voluntad de Dios!
LA AVARICIA ES IDOLATRÍA
La Palabra de Dios está llena de advertencias contra la avaricia [o codicia] en el Antiguo y el Nuevo Testamento; sin embargo, a pesar de estas advertencias claras, muchos de los que dicen ser “cristianos” viven estilos de vida que no pueden ser definidos de ninguna otra manera, salvo “codiciosos.” De hecho, aunque ellos no digan que son codiciosos, muchos de ellos admitirán abiertamente que sí lo son por la misma definición de la palabra. La palabra “codiciar” significa literalmente “desear o apetecer una cosa.” Significa lo mismo en Hebreo y Griego, los idiomas que fueron usados para escribir el Antiguo y el Nuevo Testamento. Entonces, cuando uno que profesa ser cristiano ve un coche bonito pasando por la calle y expresa su deseo de tener uno para sí mismo, está codiciando. Cuando uno que profesa ser cristiano dice que quiere más dinero o cosas materiales para almacenar para sí mismo o su familia, y verdaderamente desea tales cosas en su corazón, entonces está codiciando.
Codiciar algo, significa que lo deseamos tener. Esto insinúa que no estamos contentos con lo que tenemos, que no estamos completamente satisfechos con el Señor y lo que Él nos ha dado, y que necesitamos algo más para satisfacernos. Por lo tanto, viendo la definición de este término, vemos que muchos de nosotros en la Iglesia somos culpables de codiciar—en querer un mejor auto, una casa mejor, una cuenta de banco más grande, en querer aumentar nuestro valor económico. Esto es en verdad un pecado en los ojos de Dios, y no es cualquier pecado, sino uno extremadamente peligroso. La Palabra de Dios nos manda a poner a muerte este pecado y nos da unas advertencias solemnes contra ello:
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Col.3:5-6). Aquí el pecado de la codicia(avaricia) está agrupado en el mismo nivel que la fornicación, la lascivia y el practicar inmoralidad. Somos ordenados a matar cualquier deseo codicioso que encontremos en nosotros. Esta “ira” es la destrucción y el castigo eterno en el Infierno. Así de serio es el pecado de la codicia en los ojos de Dios. No importa si alguien dice que es “cristiano”, no importa si alguien es un predicador, no importa si tienen un ministerio grande con mucha gente; si tienen un corazón codicioso van a experimentar la ira de un Dios Santo contra este pecado. Dios aborrece la codicia tanto como aborrece la fornicación y el homicidio.
Y nota que las Escrituras dicen: “…y avaricia, que es idolatría.” Llama la avaricia “idolatría”. Esto es específicamente significante porque la idolatría es un pecado que Dios en particular aborrece. El Señor nos dice que Él es un Dios celoso y que no compartirá Su gloria con nada y nadie. Él exige nuestra entera y absoluta devoción y lo provocamos a celos cuando deseamos algo en lugar que Él. Los que desean aumentar su valor económico y ansían las cosas de este mundo son idólatras ante los ojos de Dios. Muchos cristianos admiran a estos famosos predicadores con grandes ministerios que están viviendo en lujo y en extravagante opulencia, que dicen abiertamente que quieren más dinero y constantemente piden dinero al público. Muchos cristianos los miran como grandes hombres de Dios, pero el verdadero Dios del Cielo los mira como idólatras provocándole a celos por promover y aferrarse a las riquezas.
Una Escritura particularmente informativa acerca de este tema se encuentra en Hebreos 13:5: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.” Esto nos manda a tener nuestra conducta libre del deseo para el dinero o cosas materiales y, al contrario, nos manda a estar “contentos con lo que tenéis.” En otras palabras, o somos uno o el otro; o somos contentos con lo que tenemos, o somos avaros. No hay una posición intermedia, no podemos servir a Dios y las riquezas. Solo podemos estar contentos en Jesús, y en el amor de Dios, porque el Señor nos ha prometido nunca dejarnos o desampararnos. Nuestra satisfacción, gozo, placer y felicidad deben estar solamente en Él y no en las cosas de este mundo. Dios no quiere que estemos miserables en nuestra pobreza (si Él ha designado esto para nosotros); ¡en lugar, Él quiere que nos gloriemos y gocemos en esto porque, aunque tengamos poco o mucho, estamos contentos con conocerle!
¡De hecho, esto fue escrito a los cristianos hebreos que recién habían sufrido la pérdida de sus bienes materiales! El autor de esta carta les dice: “…el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos” (Heb.10:34). Ellos podían sufrir la pérdida de todas las cosas y tomarlo con gozo sin codiciar, sabiendo que tenían una posesión más grande en el Cielo esperándolos, siendo contentos con el amor de Cristo en sus corazones.
La Palabra de Dios está llena de advertencias contra la avaricia [o codicia] en el Antiguo y el Nuevo Testamento; sin embargo, a pesar de estas advertencias claras, muchos de los que dicen ser “cristianos” viven estilos de vida que no pueden ser definidos de ninguna otra manera, salvo “codiciosos.” De hecho, aunque ellos no digan que son codiciosos, muchos de ellos admitirán abiertamente que sí lo son por la misma definición de la palabra. La palabra “codiciar” significa literalmente “desear o apetecer una cosa.” Significa lo mismo en Hebreo y Griego, los idiomas que fueron usados para escribir el Antiguo y el Nuevo Testamento. Entonces, cuando uno que profesa ser cristiano ve un coche bonito pasando por la calle y expresa su deseo de tener uno para sí mismo, está codiciando. Cuando uno que profesa ser cristiano dice que quiere más dinero o cosas materiales para almacenar para sí mismo o su familia, y verdaderamente desea tales cosas en su corazón, entonces está codiciando.
Codiciar algo, significa que lo deseamos tener. Esto insinúa que no estamos contentos con lo que tenemos, que no estamos completamente satisfechos con el Señor y lo que Él nos ha dado, y que necesitamos algo más para satisfacernos. Por lo tanto, viendo la definición de este término, vemos que muchos de nosotros en la Iglesia somos culpables de codiciar—en querer un mejor auto, una casa mejor, una cuenta de banco más grande, en querer aumentar nuestro valor económico. Esto es en verdad un pecado en los ojos de Dios, y no es cualquier pecado, sino uno extremadamente peligroso. La Palabra de Dios nos manda a poner a muerte este pecado y nos da unas advertencias solemnes contra ello:
“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia” (Col.3:5-6). Aquí el pecado de la codicia(avaricia) está agrupado en el mismo nivel que la fornicación, la lascivia y el practicar inmoralidad. Somos ordenados a matar cualquier deseo codicioso que encontremos en nosotros. Esta “ira” es la destrucción y el castigo eterno en el Infierno. Así de serio es el pecado de la codicia en los ojos de Dios. No importa si alguien dice que es “cristiano”, no importa si alguien es un predicador, no importa si tienen un ministerio grande con mucha gente; si tienen un corazón codicioso van a experimentar la ira de un Dios Santo contra este pecado. Dios aborrece la codicia tanto como aborrece la fornicación y el homicidio.
Y nota que las Escrituras dicen: “…y avaricia, que es idolatría.” Llama la avaricia “idolatría”. Esto es específicamente significante porque la idolatría es un pecado que Dios en particular aborrece. El Señor nos dice que Él es un Dios celoso y que no compartirá Su gloria con nada y nadie. Él exige nuestra entera y absoluta devoción y lo provocamos a celos cuando deseamos algo en lugar que Él. Los que desean aumentar su valor económico y ansían las cosas de este mundo son idólatras ante los ojos de Dios. Muchos cristianos admiran a estos famosos predicadores con grandes ministerios que están viviendo en lujo y en extravagante opulencia, que dicen abiertamente que quieren más dinero y constantemente piden dinero al público. Muchos cristianos los miran como grandes hombres de Dios, pero el verdadero Dios del Cielo los mira como idólatras provocándole a celos por promover y aferrarse a las riquezas.
Una Escritura particularmente informativa acerca de este tema se encuentra en Hebreos 13:5: “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré.” Esto nos manda a tener nuestra conducta libre del deseo para el dinero o cosas materiales y, al contrario, nos manda a estar “contentos con lo que tenéis.” En otras palabras, o somos uno o el otro; o somos contentos con lo que tenemos, o somos avaros. No hay una posición intermedia, no podemos servir a Dios y las riquezas. Solo podemos estar contentos en Jesús, y en el amor de Dios, porque el Señor nos ha prometido nunca dejarnos o desampararnos. Nuestra satisfacción, gozo, placer y felicidad deben estar solamente en Él y no en las cosas de este mundo. Dios no quiere que estemos miserables en nuestra pobreza (si Él ha designado esto para nosotros); ¡en lugar, Él quiere que nos gloriemos y gocemos en esto porque, aunque tengamos poco o mucho, estamos contentos con conocerle!
¡De hecho, esto fue escrito a los cristianos hebreos que recién habían sufrido la pérdida de sus bienes materiales! El autor de esta carta les dice: “…el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos” (Heb.10:34). Ellos podían sufrir la pérdida de todas las cosas y tomarlo con gozo sin codiciar, sabiendo que tenían una posesión más grande en el Cielo esperándolos, siendo contentos con el amor de Cristo en sus corazones.
Estos predicadores de prosperidad dicen que son los
verdaderos siervos de Dios. ¿Pero a que “dios” sirven? Solo porque dicen que
sirven al Señor e invocan el nombre de Jesús no significa que verdaderamente
han sido enviados por Dios. “Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se
disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se
disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras” (2
Cor.11:14-15).
En Éxodo 32, los hijos de Israel tomaron todo su oro e hicieron un ídolo. Hicieron un becerro de oro para ellos mismos y dijeron: “Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto.” Hasta lo llamaron “Señor” (Exo.32:5). Pero a pesar de que lo llamaron “Señor” y lo adoraron como el dios que les libró de Egipto, solo era un ídolo y el furor de Dios se encendió contra ellos. Esto es exactamente lo que está sucediendo en una gran parte de la Iglesia hoy en día. Los predicadores de prosperidad y los líderes engañados han tomado el dinero y el oro y han formado un dios para sí mismos y sus congregaciones, y han clamado por todo el mundo: “¡Este es tu dios, Iglesia! Dicen que sirven al Dios verdadero, “Señor”, pero en realidad sirven a un ídolo de oro y materialismo. Están sirviendo a otro dios, el dios de las riquezas. Ellos sirven a “otro Jesús” y tienen “otro espíritu” y predican “otro evangelio”, y justo como el Apóstol Pablo dijo, la gente los recibe bien (2 Cor.11:4).
En Éxodo 32, los hijos de Israel tomaron todo su oro e hicieron un ídolo. Hicieron un becerro de oro para ellos mismos y dijeron: “Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto.” Hasta lo llamaron “Señor” (Exo.32:5). Pero a pesar de que lo llamaron “Señor” y lo adoraron como el dios que les libró de Egipto, solo era un ídolo y el furor de Dios se encendió contra ellos. Esto es exactamente lo que está sucediendo en una gran parte de la Iglesia hoy en día. Los predicadores de prosperidad y los líderes engañados han tomado el dinero y el oro y han formado un dios para sí mismos y sus congregaciones, y han clamado por todo el mundo: “¡Este es tu dios, Iglesia! Dicen que sirven al Dios verdadero, “Señor”, pero en realidad sirven a un ídolo de oro y materialismo. Están sirviendo a otro dios, el dios de las riquezas. Ellos sirven a “otro Jesús” y tienen “otro espíritu” y predican “otro evangelio”, y justo como el Apóstol Pablo dijo, la gente los recibe bien (2 Cor.11:4).
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